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jueves 25 de abril del 2024

Horacio Salgan, un corazón centenario

Hace cuarenta años Osvaldo Pugliese componía un tango que iba a ser grabado por el maestro al año siguiente, en 1979, y que tituló “Madrugados bien temprano” y que dedicó a una serie de figuras tangueras que por diversas circunstancias de la vida “se tomaron el buque” muy pronto. Esta grabación es la única realizada por el viejo maestro de Villa Crespo, en la que él mismo habla de manera introductoria para que no quedaran dudas de cuáles eran esos músicos a los que se estaba refiriendo con nostalgia y un poco de melancolía. No quería Pugliese que la falta de una mención específica de esos nombres pudiera prestarse a interpretaciones confusas. Y nombra a tres amigos entrañables de toda la vida: Aníbal Troilo , Orlando Goñi y Alfredo Gobbi, agregando a Ciriaco Ortíz, Argentino Galván y Enrique Mario Francini.

En el tango fueron muchos más los que madrugaron bien temprano que los que le dieron al tango un apoyo continuado y prolongado en el tiempo, ubicando allí al propio Pugliese, a Julio De Caro y a Osvaldo Fresedo, que atraviesan gran parte del siglo XX componiendo y difundiendo el cancionero popular.

Como contrapartida, diremos que hay tres figuras de primer nivel que se aproximan al centenario, como el poeta Enrique Cadícamo, que arañó por pocos días el centenario; la cancionista Nelly Omar, que sobrepasó el siglo con largueza; y el pianista Horacio Salgán, que arrimó el bochin sobrepasando la línea del centenario por pocos días.

Salgán no es grande ni majestuoso porque haya vivido cien años sino por el contenido riquísimo de su obra de pianista y compositor que lo llevan a ser considerado por gran parte de la cátedra tanguera como el más importante de todos sus colegas. Su aporte en el género de la composición muestras algunas perlas verdaderamente singulares como “Grillito”, “Por calles muertas”, “La llamo silbando” o “Del uno al cinco”, “Aquellos tangos camperos», “Tango del eco”, “Tal vez no tenga fin” y por sobre todas ellas “Don Agustin Bardi” , joya musical difícilmente empardable.

Dejo para una consideración específica el caso de su obra más emblemática a la que tituló “A fuego lento”, que consiste en la repetición casi obsesiva de una célula musical que se impone monótonamente sobre la casi ausencia de melodía. En esta forma de composición, “A fuego lento” guarda un parentesco directo con la trilogía de Pugliese de los años cuarenta que integran “La yumba”, “Malandraca” y “Negracha”, con “El distinguido ciudadano” de Peregrino Paulos y con claras influencias  en el Piazzolla de “Zum”. Toda esta forma de componer  de Pugliese, Paulos, Salgán y Piazzolla reconocen un antecedente común en la obra “Tierrita” de Agustín Bardi.

A la edad de 28 años forma Salgán su orquesta de los años cuarenta que no llega al disco y que es muy resistida en su tiempo, entre otra cosas por el timbre vocal muy abaritonada de su cantor Edmundo Rivero. Nadie los contrata y Horacio debe disolver su orquesta en esos míticos años 40 y recién la rearmará a principios de 1950, donde con sus vocalistas Roberto Goyeneche y Angel Díaz llega al surco en R.C.A. Víctor siendo “Recuerdo”, el inmortal tango de Osvaldo Pugliese, su primera matriz discográfica. A fines de esos cincuenta junto a colegas prestigiosos como Pedro Láurenz, Ubaldo de Lio, Enrique Mario Francini y Rafael Ferro conduce el recordado “Quinteto Real”.

No tuve nunca trato personal con Horacio Salgán y solo lo ví actuar en el palco del Club del Vino de calle Cabrera en Villa Crespo en los años noventa, donde se presentaba con el Nuevo Quinteto Real. Además de deslumbrar con su manejo exquisito del teclado, como bien dijera Jorge Gottling, hasta para los mas severos críticos de la música sin rótulos, Horacio Salgan fue el mas grande pianista de toda la historia del tango.

Cierro esta modesta apología a uno de nuestros artistas nacionales más prestigiosos con una revelación que nos hiciera a mí y al pianista de barrio Ascuénaga Don Edmundo Rivero. Nos cuenta que en épocas que Rivero era dueño del Viejo Almacén, un reducto tanguero muy prestigioso del viejo San Telmo  donde era muy cara la entrada al espectáculo, que se mantenía con solvencia económica por el apoyo del turismo internacional que copaba todas las noches aquella esquina del Paseo Colón. Se hacían dos entradas y una vez retirado el público de la primera función, recién en ese momento accedía la gente que asistía al fin de fiesta. Una noche, en ese momento de transición entre una función y otra, viene un mozo para comunicar a Rivero que insólitamente no quería retirarse un comensal y solicitaba le vendieran en ese momento la mesa para la segunda vuelta. Rivero se acercó a saludar a ese europeo canoso que no se quería perder otro despliegue “maravilloso” de Horacio Salgán sobre el teclado Y ante tal devoción, don Edmundo Riverole pidió que aguardara por que al final de esa función le iba a presentar al autor de “A fuego lento”, cosa que luego pudo concretarse . Y allí en la soledad nocturna de San Telmo, Horacio Salgán pudo fundirse en un abrazo con el agradecido visitante, nada más ni nada menos, que Arthur Rubinstein, el más brillante pianista del que se tenga conocimiento.