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viernes 19 de abril del 2024

Discepolín: noventa años no es nada

Por Vicente Luis Cuñado, abogado y periodista.

En diciembre se cumplirán noventa años del momento en que, en España, llega por primera vez al surco la obra de Enrique Santos Discépolo. Y ello se produce cuando Carlos Gardel descubre el talento del joven poeta y graba su tango “Que vachache”. El genial Discepolín sentencia allí que “la panza es reina y el dinero es Dios” y que “aquí ni Dios rescata lo perdido” o aquello afirmado, sin ningún tipo de eufemismos o sutilezas, de “dame puchero, guardate la decencia, plata, plata y plata , yo quiero vivir».

Esta fue la carta de presentación de un poeta popular al que el mundo de la cultura lo resume a la actualidad del “Cambalache” que escribiera en 1934. Enrique fue “Que vachache” y fue “Cambalache», pero fue mucho más que todo eso. En 1931 Tito Lusiardo da a conocer en la obra “Caramelos surtidos”, otra canción discepoleana de inmortalidad asegurada, el tango “¿Qué sapa señor” de una vigencia y actualidad que asusta. En los versos finales dice: “Ya nadie comprende si hay que ir al colegio o habrá que cerrarlos para mejorar”. ¿Qué tal mi amigo, que me cuenta?». Eso lo escribió nuestro hombre cuando no existía Internet ni nada parecido.

En 1939, en su “Tormenta”, escribe hablándole a Dios que “la gente mala vive, Dios mejor que yo». No faltará, nunca falta, quien al releer estos versos dispersos tomados del cancionero discepoleano diga que todo es una muestra de escepticismo y desazón. Quizás algunas almas estén suplicando un canto esperanzador tipo Palito Ortega con aquello de “tengo el corazón contento, corazón contento y lleno de alegría” o la banalidad de Sandro con “Ese es mi amigo el puma, dueño del corazón, de todas las mujeres que sueñan con su amor”. Y quizás los auditorios prefieran saltar y moverse al ritmo de “Bombón asesino”o “El hijo de Cuca”. O lo que es peor, aún tararear canciones en un idioma extranjero que no entienden ni les importa entender. Hay que tener la poesía en los genes para descubrir el “punto muerto de las almas” como él lo hace en 1943 con “Uno». Y paro aquí con la lista de temas que Enrique llevó al papel y al corazón de los argentinos con sus canciones. Omito la desesperanza de “Yira yira” o la soledad de “Martirio”, o al aprendiz de suicida de “Tres esperanzas”. No sé si se recordará por noventa años el “Bombón asesino” o a la Mona Giménez, que han demostrado tener un éxito popular indudable.

Ojalá que en algún lugar donde se encuentre Discépolo sepa que a los argentinos cada vez que la vida nos da un cachetazo recurrimos a su Cambalache donde «el que no afana es un gil» y que «da lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que cura, el que mata o está fuera de la ley». Ni Jorge Luis Borges, ni Ernesto Sábato, ni Julio Cortázar ni el mismísimo José Hernández gozaron nunca de tal reconocimiento hacia quien simplemente escribió letras para sus tangos sin imaginar que casi un siglo después siguen desgarrando por su actualidad.