17°
viernes 19 de abril del 2024

Detrás de la escena

Juan Carlos Mareco decía que lo mejor del espectáculo no siempre aparece para el público.

Y tenía razón.

Yo era casi un niño y miraba absorto lo que pasaba en ese colectivo pequeño, humilde, de pocos asientos. Eran personas distintas. Hablaban de cosas desconocidas para mí. Bambalinas, proscenio, decorados, apuntador, no eran palabras que se usaran en las charlas cotidianas de la gente del barrio Azcuénaga. Eran actores, hombres  y mujeres que se trataban como una familia y que estaban de gira. Algunos hablaban a los gritos, otros viajaban callados, como ausentes.

Yo no los conocía pero, rápidamente, me hicieron sentir uno de ellos. Me convocaron urgente y fui. Lapunzina, el bandoneonista, se había enfermado y la función no se podía suspender. La compañía radioteatral de Osvaldo Copes, un locutor y actor, primera figura de la radio, estaba anunciada en San Nicolás y hacia allá viajábamos.

La obra se llamaba «Con Gramilla Alderete, ¡nadie se mete», y se desarrollaba en una estancia. El músico tocaba en un supuesto patio de tierra durante distintas situaciones que se armaban en la trama. Allí aparecía, varias veces, mi amigo con el fuelle y tocaba zambas, chacareras y cuecas para que bailen los personajes. Pero yo tenía que hacerlo con el piano que, por supuesto, no podía aparecer en ese ámbito. Me pusieron afuera, escondido entre los cortinados, y me vistieron de paisano, con la ropa del bandoneonista, para salir en el saludo final.

Sin ensayo ni experiencia cometí varios errores. Cuando iba la zamba sonaba una cueca o una chacarera cuando no había baile. Pero zafé. Los actores me dieron algunos coscorrones cuando salían de escena pero, en general,  dignamente llegamos al final. Me agarraron de un brazo y aparecí en el escenario, integrando una línea, todos tomados de la mano. Entonces escuché las carcajadas. Algunos me señalaban y codeaban al que tenían al lado. Se advertía claramente que me habían dado dos botas del pie derecho.

¡Fuerte el aplauso para el joven pianista! -gritó Copes, estrella de la humilde compañía. A la vuelta los actores siguieron apostando a su juego favorito: el número final de la patente del primer auto que viniera de frente. Ya estábamos en la década del 60 y el radioteatro ingresaba, lentamente, al pasado.

La televisión ingresó a todos los hogares y cambiaron las costumbres. Se impusieron programas de entretenimiento e información y en la vieja pantalla de blanco, negro y grises del primer canal rosarino, integramos un programa llamado “La Botica del 5”. Junto a Ercilio Gianserra y el gran actor Mario Sánchez ocupábamos los domingos al mediodía con un elenco de grandes figuras locales y nacionales. El éxito no tardó en llegar y provocó que rápidamente saliéramos de gira, para actuar en vivo, por las ciudades y pueblos que recibían la señal televisiva con las viejas antenas repetidoras.

Un sábado a la noche, después de presentarnos en Capitán Bermúdez y Cañada de Gómez nos dirigíamos a la ciudad de Rojas en la Provincia de Buenos Aires. Manejaba Gianserra, animador y empresario de las presentaciones. Cómo siempre, se había hecho tarde para el último show  y el conductor tomó una ruta alternativa, de tierra, para llegar a horario. Cuando estábamos atravesando unos campos absolutamente desconocidos, sin señalización, la lluvia que nos había acompañado toda la noche, se hizo más intensa. Sin otras luces que las de nuestro auto y sin otro paisaje que alambrados y oscuridad, de repente, el coche quedó atascado. No existían celulares y quedamos solos, en el medio de la nada, incomunicados.

Se produjo un silencio pesado y se escuchó la voz de Mario Sánchez, hablando con voz temblorosa, como su personaje Bartolito:

-Y ahora, ¿qué hacemos? -Ercilio se puso un piloto, abrió la puerta y salió. Mientras saltaba el alambrado gritó:

-Esperen aquí.  -Y se fue. Se perdió en la noche cerrada, rumbo a la nada.
Había pasado más de una hora y entonces divisamos, a lo lejos, una pequeña luz que avanzaba hacia nosotros. Se fue acercando y en un rato vimos algo insólito: un tractor manejado por un lugareño y parado en un estribo, Ercilio. Había llegado a una chacra, lo arrinconaron los perros contra un árbol y en ese momento el dueño de casa salió con una linterna y una escopeta en la otra mano. Iluminó el lugar siguiendo los ladridos y exclamó:

¡Gianserra! -El hombre veía el programa y lo reconoció. De buena gana, puso en marcha el tractor, vino rápidamente, nos sacó del barro, saludó y se fue. Llegamos a Rojas a la madrugada. Quedaba muy poca gente que aplaudió cuando el animador, sin los zapatos que había perdido en el campo, mojado de pies a cabeza, subió sólo al escenario para explicar lo sucedido y prometió volver otro día para cumplir con la actuación.

-Ercilio, ¡muchacho loco! -afirmó Mario cuando tomamos la ruta 8 para volver.

-Qué lástima que no vino mi hermano, el Cacho- le dijo una señora a  Jorge Corona, mientras saludaba en la puerta a todos lo que habían reído sin parar, durante las dos horas que duró su actuación. El cómico estaba encantado con el público de Salto Grande que había llenado la sala esa noche.

-¿Y por qué no vino? -preguntó el cómico.

-Él tiene una discapacidad y no se puede desplazar- contestó la mujer.

-Espere, no se vaya señora- le pidió, mientras respondía con chistes y acompañaba al público que salía.

Cuando todos se habían ido, llamó a los que integrábamos su elenco y le pidió al acordeonista que trajera el instrumento.

-Vamos a lo de Cacho, señora -dijo, mientras subíamos a dos autos. Atravesamos el pueblo y llegamos a un barrio de casas bajas, humildes y pintorescas. El acordeonista tenía las instrucciones y cuando abrieron la puerta atacó con una tarantela. Haciendo palmas, entramos todos cantando. El hombre se despertó de golpe, asustado, mientras Corona se acostó al lado, en la cama en la que descansaba. Mientras le pegaba con el legendario sombrero negro le dijo:

-Cacho, ¡no viniste traidor! -El ruido despertó a todo el vecindario que enseguida se sumó con sidras y cervezas. Hubo canciones, anécdotas y una hora más de chistes. El sol nos encontró riendo.

Dijo Oscar Wilde: El arte de la música es el que más cercano se halla de las lágrimas y los recuerdos. Yo tuve suerte. Conocí artistas que transformaron las lágrimas en sonrisas y los recuerdos, en dulces momentos.

 Del libro “Un Hombre Valiente y Otros Sueños de Barrio”, de Jorge Cánepa.