21°
viernes 29 de marzo del 2024

De las pesadillas recurrentes de Nahir al asesino que soñó que su víctima lo perdonaba

Rodolfo Palacios para Infobae

Desde que fue detenida por el asesinato de su novio Fernando Pastorizzo de dos balazos, la madrugada del 29 de diciembre de 2017 de Gualeguaychú, Nahir Galarza, de 19 años, tiene una pesadilla recurrente.

En los sueños, ella no es la que mata.

En una visita, en la sala de la Comisaría de la Menor y la Mujer, le reveló a su madre Yamina:

-Tengo una pesadilla recurrente. Sueño que me persiguen, que me quieren matar. Corro en una calle y me persiguen. Me escondo, pero me ven. En un sueño me agarran entre varios hombres. En otro me escondí en un boliche. Siempre me quieren matar. Es desesperante.

Eso contó Nahir según dijo a Infobae uno de sus familiares.

El tema de los acusados y sus sueños podría ocupar un grueso tomo si algún día se escribiera la historia criminal argentina.

¿Cómo qué sueñan los que matan? El psiquiatra forense Mariano Castex, que fue perito del caso de la envenenadora Yiya Murano, recuerda una anécdota: «Una vez, un hombre que había matado me contó que soñaba que la víctima se le aparecía, dejó de soñarla cuando en otro de los sueños, la víctima lo perdonó».

Las pesadillas de los imputados no tienen gravitación en la causa, en algunos casos el relato onírico aparece en las pericias psiquiátricas. Pero sirven para descubrir los tormentos u obsesiones de los acusados.

Enrique De Rosa Alabaster, ex perito en el caso del femicida Fernando Farré, cuenta que examinó a asesinos que seguían soñando con su crimen. Aun de distintas formas.

«Los acusados de cometer un asesinato en general no sueñan porque la naturaleza traumática del evento en muchos casos hace que lo cierren bajo la cobertura de barreras represivas. Soñar sería comprender el horror y en muchos casos los asesinos con perfil psicopático no tienen grietas que se develen en forma de sueños», dice De Rosa a Infobae.

Días después de haber sido capturado por la triple fuga, Martín Lanatta -condenado por el triple crimen de la Efedrina, cuyas víctimas fueron Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón- soñó en su celda de Ezeiza que miraba una carrera de Fórmula 1 en un país árabe a donde se había fugado. En el sueño era sorprendido por su hijo, que lo abrazaba emocionado. Ese sueño fue tan real que con el tiempo averiguó que el lugar soñado podría ser el Reino de Bahrein, un país sin extradición que todos los años recibe a la Fórmula 1.

Otro día, Lanatta soñó con su abuela: se veía junto a ella como niño, jugando y jugaba en el patio de su casa de Quilmes. Su hermano Cristian, por esos días, soñó que se escapaba de Tribunales disfrazado de gendarme, con casco, botas, chaleco antibala, fusil y escudo.

Víctor Schillaci, el otro miembro del trío, durante la desesperada fuga tenía una pesadilla que lo atormentaba: solía soñar que lo mataban a balazos y sus dos compañeros cargaban su cadáver y lo tiraban al río o lo enterraban. En ese entonces eran perseguidos por más de 300 policías.

El «Ángel Negro» Carlos Eduardo Robledo Puch, que lleva preso 46 años por haber matado a once personas, tenía -en 2008, cuando volvió a pedir la libertad y se la negaron- un sueño recurrente. Un guardia le decía que quedaba libre y él pensaba que era una broma. Pero cuando salía con un bolsito y caminaba al costado de la ruta, a la salida de la cárcel de Sierra Chica, ocurría lo impensado.

-Después de caminar al costado de la ruta durante cinco horas, de repente vi sobre el cielo y el horizonte resplandores fulgurantes anaranjados, rosados y rojizos. Parecían destellos intermitentes. ¿Sabés lo que era? Se había desatado una guerra nuclear total que iba a significar el fin de todos nosotros. Todavía no había llegado hasta dónde yo estaba, pero se alcanzaba a divisar en el horizonte, de cara al cielo.

Arquímedes Rafael Puccio, el líder del siniestro clan que secuestraba y mataba empresarios, se soñaba joven. «Con la mente de ahora, pero la energía que tenía a los 20 pirulos. También sueño con mujeres que pasaron por mi vida. A veces me levanto como si todo eso fuera real y esa mujer se acabara de ir», contó una vez.

Su lugarteniente, Guillermo Fernández Laborda, no se preocupaba por los sueños.

–¿Qué sintió después de matar?

–Claramente no es algo aliviante. He matado en enfrentamientos, muchos años antes que en los ochenta, y he matado a hombres a los que no le vi la cara. Se tira para salvar la propia vida.

–¿Sueña con esos muertos?

Laborda se rió, no de placer sino de nerviosismo:

–Tengo sueños Saint-Exupéry. Me sueño pescando en el río o hablando con familiares fenecidos. Son sueños lindos. Te digo una frase. Lo dijo Juan Tenorio: «Los muertos que maté gozan de buena salud».

No todos lo viven así. Drago, un sicario de un cartel mexicano que en menos de diez años mató a unas 50 personas, mataba por la espalda. «Para que la víctima no nos mire a los ojos, no vaya a ser que después se nos aparezca en los sueños».

Los familiares de las víctimas también sueñan con el crimen o el asesinado.

De hecho, el padre de Fernando, Gustavo Pastorizzo, soñó una sola vez con su hijo desde que ocurrió el asesinato. Fernando aparecía en un lugar extraño que no era El Paraíso, en silencio, rodeado de sus abuelos muertos.

Johana Casas fue asesinada de dos balazos el 16 de julio de 2010. Por el crimen fue detenido su pareja, Víctor Cingolani, que poco después del hecho se puso de novio con Edith, la gemela de la víctima.

Los protagonistas de esa historia solían soñar con la víctima, como si en cada sueño apareciera un enigma a descifrar, como una versión real de la serie Twin Peaks.

Una noche, Marcelina Orellana -madre de Johana- soñó con una escena que rompía la monotonía habitual del paisaje árido y salvaje de su pueblo: al pie de un cerro, en un camino que el viento patagónico cubre con nubes de polvo y tierra, Johana sacaba una bolsa llena de peces de colores y los mezclaba como si fueran caramelos. La acompañaban dos amigas: contrastaban con su palidez grisácea. Cuando veía a su madre, Johana le tiraba los peces, que caían y aleteaban contra el suelo arenoso. Algunos quedaban atrapados entre la maleza: sus movimientos repentinos se volvían lentos como el pestañeo de un moribundo. «Tírenle más pececitos a la mami así se asusta», les pedía Johana a las otras chicas. Bajo los pies de Johana había flores. Su madre intentó interpretar su sueño con un psicólogo. Pero no llegó a ninguna conclusión.

Cingolani, el primer acusado, la soñó de esta manera:

—Yo estaba en un complejo del gas del Estado: era una especie de puente con dos puertas laterales abiertas. Ella venía caminando. Lloraba. Yo la paraba y le preguntaba: «¿Estás contenta por lo que pasó?». Y ella me decía: «No». Y se iba triste, con otra chica.

—¿Qué interpretación hace de ese sueño?

—Creo que Johana confirmaba que yo era inocente. Me daba la razón porque yo le preguntaba si estaba contenta y me decía que no. Y esto lo soñé después del juicio. Después de que me condenaran.

Edith también la soñó. En la imagen, Johana le decía que Cingolani era inocente, que el asesino era otro. Lo cierto es que Cingolani fue absuelto y el detenido pasó a ser otro: Marcos Díaz, un conocido de la víctima.

Diego Ferrón, hermano de Damián, una de las víctimas del triple crimen adjudicado a los Lanatta, Schillaci y Pérez Corradi, soñó esta escena: su hermano, confuso y atormentado, regresa de la muerte para contarle quiénes fueron los asesinos y cómo los ejecutaron después de drogarlos con cocaína.

Hay días en que Ferrón se acuesta con el deseo de reencontrarse con su hermano en sueños. Unas tres veces soñó con ese relato, con leves variaciones. En estos años comprendió que a los muertos se les ha quitado un don y se les ha dado otro: no pueden soñar, pero pueden aparecer en lo sueños de otros.