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sábado 20 de abril del 2024

De la frialdad al llanto: las dos Nahir que escucharon sus dos versiones del crimen de Fernando Pastorizzo

Rodolfo Palacios para Infobae

Se acariciaba el pelo, a veces sonreía o hacía una mueca difícil de descifrar, a mitad de camino entre un gesto desafiante y nerviosismo. En el comienzo de la primera audiencia del juicio por el crimen de Fernando Pastorizzo, Nahir Galarza parecía estar ajena a todo. Como una espectadora aburrida, como si la Nahir mencionada por los jueces y el fiscal fuera otra.

Se negó a declarar pero escuchó la lectura de sus dos versiones del hecho. La primera, cuando declaró con frialdad cómo había asesinado al joven; no la inmutó. Ni siquiera cuando desde afuera de la sala una mujer le gritó asesina en el instante en que los jueces y las partes hicieron un silencio incómodo.

Pero cuando oyó su segunda indagatoria, pareció vivir una metamorfosis indisimulable. En ese testimonio había relatado que todo fue un accidente, que le sacó el arma a Fernando y escuchó una explosión, y luego otra. En ese momento, Nahir agachó la cabeza. Y cuando los jueces llamaron a un cuarto intermedio, la joven se retiró entre lágrimas.

Hasta uno de los policías que custodiaba la sala de los Tribunales de Gualeguaychú se sorprendió con las reacciones opuestas que reflejó la acusada durante la primera audiencia. «No pensé que se iba a quebrar, al principio estaba inalterable. Para mí no sabe lo que hizo, mirá que acá vinieron asesinos feroces y en todo momento eran conscientes de la tragedia», dijo el uniformado durante un cuarto intermedio.

Nahir se negó a declarar, pero sus abogados no pudieron evitar que los jueces leyeran lo que ella mismo había dicho las dos veces que declaró por el homicidio. Y son confesiones muy distintas.

Cada lectura (la del crimen contado sin remordimiento, según los pesquisas, y la del accidente), mostraron dos caras de Nahir. La que miraba con una extraña tranquilidad al fiscal mientras leía que había matado a Fernando con alevosía, apoyando el arma en la espalda de la víctima, a la que se le instaló una especie de máscara cuando le recordaban todo lo que dijo sobre su novio: que la llamaba zorra, trola, una desesperada que se acostaba con otros. En ese momento el juzgado parecía la víctima. Capaz, según la acusada, de apuntarle con el arma en la panza, o decirle la peor palabra que se le puede decir a Nahir: «depresiva». Volvió a bajar la mirada cuando le recordaron que ella había dicho que Fernando tomó la pistola 9 milímetros de Marcelo Galarza, su padre, y que mientras la movía desafiante, decía: «Mirá el fierro de tu viejo».

Lo llamativo para los investigadores es que en su segunda versión, Nair habla de un accidente, que le sacó el arma a Fernando y escuchó un disparo que lo hizo caer. Y luego otro. Como si no hubiese visto nada, y el crimen se hubiese manifestado por el sonido de las detonaciones.

«Muchos asesinos ven su propio crimen tiempo después de cometerlo, lo olvidan y no pueden describirlo», suele decir el forense Osvaldo Raffo, que examinó en 27 sesiones a Carlos Eduardo Robledo Puch, el llamado Ángel Negro que mató a once personas por la espalda o mientras dormían entre 1971 y 1972. En el juicio, mientras leían su confesión por escrito, Robledo respondía cartas a sus admiradoras. A veces su rostro se transformaba y se ponía colorado. Un axioma refiere que todo asesino lleva la marca de su crimen en sus facciones.

Ricardo Barreda, el cuádruple femicida que el 15 de noviembre de 1992 mató a su esposa, su suegra y sus dos hijas, en el juicio se refirió a su matanza como un hecho cometido por otro. «De pronto me vi rodeado de cuatro bultos y una escopeta humeante, intuyo que las maté yo», confesó.

Todo en Nahir parece atípico. El hecho de haber sido asesorada por un manager de famosos (Jorge Zonzini), lo que no se sabe de su relación con Pastorizzo (acaso el secreto que comparten todo asesino y el asesinado), el día en que se plantó ante una jueza y le pidió argumentos. Como si todo este tiempo ella hubiese sido hablada por otros. Todo es duda: hasta su presunto diario íntimo y sus lecturas, entre ellas El lobo estepario, de Herman Hesse, que habla del dolor como una enseñanza y una elevación. ¿Cuál es la Nahir auténtica? Hasta ahora se vieron dos opuestas. La que sonríe o se toca el pelo. La que llora como una niña extraviada en el bosque más oscuro. La última que se vio hoy parecía no caber en su propia tragedia.

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