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martes 23 de abril del 2024

Atentado a la AMIA, 25 años: “El ascensor me salvó la vida”

Alejandro Mirochnik quedó atrapado en el edificio en el que trabajaba desde hacía 16 años. Sus sensaciones a un cuarto de siglo del atentado.

El 18 de julio de 1994 85 vidas inocentes se apagaron para siempre. Un cochebomba explotó en la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en Buenos Aires. Pasaron 25 años de aquel momento marcado por el horror y la desesperación que inauguró una etapa de la historia argentina rodeada de preguntas, aún sin respuestas. Alejandro Mirochnik es uno de los sobrevivientes del atentado. En diálogo de Radio Mitre Rosario se remontó a aquella jornada fría de invierno después de la que nada volvió a ser igual.

Alejandro Mirochnik trabajaba en el quinto piso del edificio emplazado en calle Pasteur 633. Tenía 32 años y hacía 16 que era empleado del departamento de prensa de la DAIA que funciona en el mismo lugar. Como todas las mañanas había pedaleado 13 kilómetros desde su casa en Mataderos para ir a trabajar. El día de la tragedia dejó la bicicleta en el mismo lugar de siempre. Subió el ascensor y allí se encontró con la tragedia. «El ascensor me salvó la vida», reflexiona al aire de El Puente.

El atentado fue a las 9.53. Hasta las 15, cuando logró escarbar entre los escombros y tomar contacto con los bomberos,  Alejandro creyó que se había caído el elevador. «Ahí ellos (los bomberos) me dijeron ‘esto es una locura, están todos muertos», recuerda. Hasta ese instante había estado en la oscuridad total. Tampoco había escuchado ruidos. Estuvo hasta pasadas las 18 entre los pedazos de cemento, cuando entre nueve hombres por fin lo rescataron. «Con una sierrita de mano cortaron dos vigas» que lo aplastaban.

Mirochnik es licenciado en educación física. En aquel entonces era profesor, estaba entrenado y ya se había consagrado como campeón argentino de triatlón. «Estaba en el mejor momento de mi vida», dice sin dudarlo y sabe que el haber estado entrenado lo ayudó a sobrevivir. «Me pusieron una tabla y un cuello ortopédico y me pasaron de brazo en brazo hasta llegar a la ambulancia y de ahí a la clínica. Después no podía creer lo que veía me asusté mucho».

Los días pasaron. De a poco, Alejandro fue reparando en lo que había sucedido. Perdió a su tío en el ataque, que era mozo de la AMIA y a compañeros entrañables. A un cuarto de siglo, todavía tiene flashes de aquel 18 de julio de 1994 a partir del que nada volvió a ser igual.